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2. Contaminacion Emocional

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Contaminacion Emocional.

La situación en aquel enorme país era tal y como se la había imaginado, las ciudades allí eran grandes junglas de metal y cemento, llenas de ruido y contaminación, con as calles abarrotadas de gente que no siempre vivía en las mejores condiciones y que tenía comportamientos autodestructivos. Todo el mundo estaba alienado y todos vivían bajo esa seudo libertad condicional.

Por supuesto que había países que se encontraban en situaciones veinte veces peores, incluso cincuenta veces peores, viviendo, sin eufemismos, en el subdesarrollo y con un modelo social y económico defectuoso y autodestructivo.

Pero de todos modos y para su valoración personal, aquel país americano estaba mal. Nada que pudiera haber hecho un ser humano estaría del todo bien. Sintió una leve culpabilidad por haber enviado a Aru ahí. La había enviado para salvarla de un destino cruel, al menos en teoría y ahora, ella se encontraba en alguna de esas junglas de metal y cemento, quizás no en condiciones excelentes.

Por su cabeza, pasaron cientos de recuerdos. Él había conocido a Aru tiempo atrás, cuando era solo una niña y la consideró alguien a quien podría manipular fácilmente a cambio de darle un par de favores sobrenaturales, como había hecho con tantos otros a lo largo de los siglos. Pero se había llevado un fiasco, porque bajo su debilidad aparente, ella había resultado ser una joven con una mente fuerte y segura, con bastantes más agallas que la mayoría de las personas, estable y muy capaz de hacer buenas obras por sí misma y por los demás, todo eso sin pedirle un solo favor a él o a cualquiera relacionado con él. Ella era brillante para los estudios y para los negocios, buena administradora, espía discreta, una gran y seria hacktivista, una hija ejemplar y una dulce novia. Ella era una caja de sorpresas bellas y todo eso había hecho que Tenma acabara por respetarla y darle la oportunidad que nadie más habría obtenido nunca: la posibilidad de alejarse de él.

Pero Tenma había tomado esta decisión demasiado tarde, cuando ya había desarrollado cierto afecto y apego por ella. Su partida hacia los Estados Unidos había sido algo muy difícil de afrontar, sintió vacío y su corazón literalmente se destruyó. Tardó mucho, mucho tiempo en recuperarse y cuando lo logró, tomó esta nueva decisión: No podía alejarse de ella aún queriéndolo, de modo que intentaría estar con ella, no era lo más sensato que había hecho en su vida, pero era todo lo que le quedaba.

Su plan de salvarla había fallado, desde el día en que ambos cruzaron sus miradas, todo se había perdido. Aru no tenía esperanzas y jamás las había tenido, no tenía más remedio que pertenecerle a él. Lo sentía mucho por ella… pero entre los de su raza, las cosas simplemente eran así: elegían a los humanos hasta su muerte.

Sintió una vomitiva emoción romántica dar vueltas en forma de mariposas en el estómago y pensó que era mejor cagarlas antes de que fuera tarde. Después de todo, se hallaba en una ciudad con tal grado de contaminación atmosférica que las mariposas comunes no podían vivir mucho. Se bajó del taxi, se paró en una esquina junto a un bote de residuos y vomitó. No estaba seguro si la causa era el aire sucio o las sucias emociones, pero ambas le enfermaban.

–Aru, esto es por tu culpa, si no fueras lo que eres, yo… –volvió a inclinarse sobre el bote de basura, vomitando más que antes. Recordarla a ella sólo empeoraba su estado, esta vez no sólo el estómago se le revolvía, sino también la cabeza.

Miró el vómito marrón proveniente de la carne en mal estado que había ingerido hacía como un mes, cerró el recipiente y salió de ahí. Mientras iba por la acera, se encontró de frente con un grupo de jóvenes desaliñados y malhablados que venían en sentido contrario. Chocó con ellos y éstos empezaron a insultarlo, dos de ellos intentaron tomarlo por los brazos y sacaron sendas armas blancas, pero él siguió, como si estuviera arrastrando dos parásitos enganchados o algo. Pese a que intentaron herirlo, no acertaron los golpes. Él los miró de soslayo y de pronto sintieron miedo, como si observaran a una bestia salvaje, por lo que continuaron su camino fingiendo que nada ocurría. Cuando estuvieron bastante lejos, comenzaron a sentirse mal, el cuerpo les dolía. Cuando se revisaron, tenían sendas heridas en los lugares en que habían tenido contacto con el joven de la extraña mirada.

Tenma se sorprendió bastante. En su país la gente intentaba mantener cierta distancia entre sí, inclusive algunos delincuentes eran respetuosos. Cuando caminaba por las aceras, las personas sentían su fuerza mental e instintivamente le abrían el paso como si se chocasen con una pared de agua. Le evitaban, no le hablaban, jamás le hubieran mirado a la cara y mucho menos intentado detenerlo o herirlo deliberadamente. Aún aquellas personas que se atrevieran a mirarle o se vieran cautivadas por su apariencia sentirían temor. Pero aquí no, no le tenían ni respeto, ni temor.

Observó al mundo a su alrededor, tanta gente en la calle con su sangre repleta de alcohol, drogas y otras porquerías, llenos de químicos y de comida chatarra, con sus cuerpos tanto o más contaminados que el resto del ambiente, con sus mentes tan llenas de banalidades… y se preguntó dónde conseguiría buenas presas entonces. Al menos en su país, la gente no tenía el tiempo para pensar en idioteces.

Regresó sobre sus pasos, abrió el bote de basura y volvió a vomitar. A este paso, iba a quedar esquelético como un perro de calle, de los cuales ya había visto muchos.
–Es tu culpa, Aru…

No estaba muerto por Aru, estaba vivo… pero tan enfermo que podría pasar por muerto, con la piel fría y pálida como piedra e inclinado en una esquina. Y para colmo, no había cerca sangre buena y limpia que pudiera usar para curarse, no había energías lo suficientemente puras. A este paso, tendría que acabar por comerse a Aru.

A diferencia de la mayoría de las personas con las que había estado a lo largo de su centenaria vida, Aru era respetuosa de la vida de otros seres humanos, en especial si se trataba de humanos indefensos, por lo que ir y matar deliberadamente alguna persona cerca de ella constituiría una gran falta de respeto y no le haría digno de estar cerca de ella. Pero en este momento, era su propia salud o ella…

Caminó y caminó por varias horas hasta encontrar la dirección de un local en que se vendía instrumental y recursos para médicos y compró una caja de instrumental que solía usar para preparar sus alimentos. También compró mascarillas de tela, bandas elásticas  y guantes de látex. Casi en el acto se puso una de las mascarillas y el técnico que le atendió lo consideró algo natural, pues el lucía realmente muy enfermo.

Cuando volvió a la calle, se sentía mucho mejor, pues no respiraba tanta mierda ambiental, pero eso no significaba que su salud hubiera mejorado. Todavía sentía deseos de vomitar, todavía había gente cuyas emociones le causaban malestar.

Luego de consultar una guía de la ciudad, dio con una institución educativa y la estudió de cerca. Había vallas, pero las puertas no se mantenían cerradas como él acostumbraba a ver, lo cual era bueno. Se metió una mano en el bolsillo trasero del pantalón y encontró una sola hojita seca. Se la llevó a la boca y la masticó con lentitud, pensando que eso le aliviaría un poco el deseo de vomitar. Valoró la posibilidad de buscar más tarde una herboristería donde pudiera comprar alguna planta, quizás menta. A veces cuando el deseo de comer le ganaba, lo paliaba masticando hojas.

Se miró en el reflejo de una ventana y lamentó tener una apariencia tan enfermiza pese a su ilusoria belleza. Así, hasta el niño más ingenuo huiría espantado. Se metió en una esquina del colegio y cambió su forma. La favorita de los niños solía ser un cachorrito, pero había visto el cartel de prohibición de animales y dadas las circunstancias, prefería no romper reglas, no aún.

La forma que había asumido era la de un niño en edad escolar, con ojos azules verdosos, cabello negro a la altura del mentón y ropa gris. Pero eso no lo dejó exento de dificultades. Una maestra lo vio y se lo llevó de las orejas a la dirección. Era una mujer de mal carácter y Tenma no tuvo dificultad en leer sus emociones: era una humana frustrada que tenía muchos problemas de pareja y también con su familia consanguínea, problemas a los que no podía hacer frente. Entonces se desquitaba con los niños. Tenma se alimentó de esas emociones y se sintió un poco mejor.

Acto seguido, se halló sentado frente a la directora en su despacho, la cual le hizo muchas preguntas. Ella también era una mujer desagradable y superficial y tenía las que Tenma había bautizado como “emociones chatarra”. Ella además lo miraba con desprecio, incluso con asco y lo consideraba un niño pordiosero. Decidió optar por el teatro del niño perdido, pero no le sirvió de mucho. Como no podía hacer nada en esa escuela porque los mayores ya le habían visto, optó por escapar, de modo que hizo sonar el teléfono interno de la directora, fingiendo la voz de una docente –la que lo había llevado allí– y la hizo abandonar el despacho para así aprovechar y salirse por la ventana.

Entonces, buscó otro establecimiento educativo y cuando al fin lo encontró, se metió, esta vez de una forma mucho más sigilosa. A la hora de la salida se encontró con una niña muy bonita y a su hermano pequeño, a los que seductoramente les ofreció chocolate a cambio de ir a jugar. Cuando entró en confianza, los tomó de la mano y se alejó rápidamente de allí. Se metió en un callejón y asumió nuevamente la forma adulta, pero ellos lo miraron sin inmutarse. Estaba bien, se suponía que estaba buscando seres humanos con mentes limpias, pero eso ya era un poco exagerado. Al indagar en sus mentes, sólo encontró ficción y bastante insensibilidad a lo paranormal. No le temían.

–Estos niños, miran demasiada televisión.

Los sujetó del rostro y se les acercó, absorbiendo la energía de sus emociones que eran muchas, las energías de sus ideas y pensamientos, que eran escasos a causa de las dichosas pantallas, la energía de sus recuerdos y la energía de sus cuerpos físicos que, a causa de su sedentarismo, no era mucha. Ambos cayeron al suelo sin fuerzas, con la mitad superior de su cuerpo quemada. Él les mordió el cuello y los secó de sangre y luego comió lo que podía de su carne. En efecto, no tenían tantos químicos en el cuerpo, pero lo que había sacado de ellos era poco.

A ese paso, tendría que comerse como seis niños por día.
–Lo siento, Aru, tenía que hacerlo.

El lado bueno era que su salud había mejorado bastante.

Se limpió rápidamente y desmaterializó a cenizas lo que quedó de los cadáveres. Pensó que tendría que aterrorizar bastante a la próxima cosa que se comiera si quería sacarle verdadero provecho, porque ya había comprobado que eran unos insensibles materialistas que no se preocupaban mucho por sus propias existencias.

Desde que había llegado a los Estados Unidos, notó que allí sí había humanos susceptibles de ser sus presas: tenían emociones predispuestas a ser devoradas, buena energía, naturalezas violentas reprimidas, habilidades intelectuales útiles y una mente fácilmente manipulable. Pero estos humanos ya pertenecían a otros bakemonos, a algunos asuras o incluso a seres humanos que se alimentaban de forma parecida a esas entidades sobrenaturales. Ellos también eran llamados “dios” o “líderes” por sus respectivos humanos, los cuales les pertenecían fielmente. Por supuesto, los mejores humanos estaban protegidos por las energías de sus dueños y por tanto sus mentes, emociones y cuerpos no podían ser tocados por otras criaturas, al menos en teoría.

Espíritus había muchos, los había en el aire, en el espacio, en la naturaleza, espíritus inferiores que pertenecían a criaturas que habían desencarnado, pero que habían quedado adheridos a lugares, a objetos, a personas, incluso a emociones fuertes. Había energías vivas que se movían por toda la ciudad. También había entidades que eran como él, aunque no se llamaban a sí mismos bakemono. Había entidades superiores a los humanos, dueños de esa tierra, que éstos no conocían ni podían distinguir, pero que Tenma sí distinguía fácilmente. Algunos provenían de otros mundos y tenían mentes extrañas, de ellos algunos tenían cuerpo y otros, no. Había tanto por ver y tanta entidad con la que evitar chocar. De ahí que hubiera tanta contaminación, el aire en aquel lugar había sido respirado ya por muchos.

Al igual que él, estos seres juntaban a sus humanos en “granjas” a las que llamaban “organizaciones”, “partidos” o “iglesias” y los criaban en familias separadas del resto de la sociedad con preceptos parecidos a los que él mismo usaba. Eran granjas numerosas. El manejo emocional para sustraerles energías era similar al de Tenma. Si Tenma quería comerse a alguno de esos, corría el riesgo de meterse en el territorio de caza de otra criatura y acabar en una trifulca de la cual podía salir mal parado, porque los que jugaban de “locales” lo superaban en número. Tenía la opción de aliarse a ellos y así conseguir una porción de sus pertenencias, pero a él nunca le había entusiasmado la idea de cooperar con otros. Así fue que se dio cuenta de que había criaturas que cazaban en solitario como él, pero la tenían mucho más difícil. Tenían que buscar entre la escoria social, entre esos humanos que no le importaban a nadie y debían moverse en el secreto.

Pero no tenía opciones. Aunque regresara a casa, no ganaría nada, porque su organización había sido completamente destruida, sus humanos fieles ya no existían. Alguien o algo los había atacado. Habían sido borrados del mapa, ninguno había sobrevivido, ni siquiera los que se habían ocultado en el rincón más profundo. Cuando Tenma despertó y los llamó, nadie respondió, ni con alegría ni con odio. Se encontró solo en el silencio y el vacío. Mientras se alimentaba de las energías y mentes de sus esclavos humanos, él había sido fuerte. Pero cuando no tuvo de quién alimentarse, perdió todo su poder, todo lo que estuvo bajo su control. No era nada, no era nadie. Estuvo tan profundamente dormido, convertido en piedra en lo profundo de la tierra, que nada en siglos habría podido despertarlo. Con su corazón roto, solamente habría podido despertar de su letargo si alguien lo llamase por su nombre y le entregase energía.

Pero si todos habían muerto ¿Entonces quién lo había llamado por su nombre?
¿Realmente había sido la joven Aru?


Aún con sus emociones puras y con la fuerza de su mente, ella nunca le había sido fiel.

Sucedió que, antes de averiguar las intenciones de Aru, quería acostumbrarse mejor a su nuevo hogar y eso lo haría entrando en relación con otras criaturas. Ya que había notado lo fácil que era entablar relación con los jóvenes humanos, buscaría a más de ellos y de ellos intentaría aprender. Así, podría luego imitar con más facilidad la manera de comportarse de las personas de ese país y le sería mucho más sencillo pasar desapercibido. Después de todo, en el tiempo que llevaba ahí, mucha gente lo había mirado raro. Y no solo la gente, sino que algunas entidades que se lo cruzaban lo observaban como diciendo “este idiota qué hace”. No era que no conociera a los americanos –conocía a los que habían entablado relación con sus esclavos humanos, que no eran pocos–, pero nunca se había tomado la molestia de actuar como ellos.

En una propicia noche de luna llena, encontró la energía humana que quería, jóvenes intentando comunicarse con alguna entidad. Se encontraban en una casa en los suburbios de la ciudad de Nueva York. Al llamado, acudieron una multitud de seres de la más diversa índole y con propósitos más variados, que iban desde sólo divertirse a completar una misión. Los que eran débiles se alejaron silenciosamente en presencia de los más fuertes. Como Tenma era capaz de devorar almas, le bastó una amenaza mental para espantar a las mismas. Si los niños querían comunicarse con el espíritu de algún fallecido, ya iban perdiendo. Quedaron frente a él cinco entidades sutiles con las que debió tener un duelo psíquico que no pasó de unos segundos.

Cuando finalmente estuvo solo, se centró en los impacientes jóvenes que se encontraban solos en aquella casa a mitad de la noche, en la oscuridad y con velas encendidas. Hacía un buen tiempo desde que no era convocado así. Los siete jóvenes eran amigos y parientes, cuyas edades iban desde los catorce a los diecisiete años, estaban inclinados con expresión seria y concentrada sobre una tabla ouija. Ésta era un tablero de madera en que estaban escritas todas las letras del alfabeto occidental, diez dígitos y tres palabras inglesas “yes”, “no” y “goodbye” y sobre la misma sostenían un oráculo. No se veía mal.

Él solía jugar a ese tipo de cosas con jóvenes de su organización. Como eran sus protegidos, jamás les hacía daño, sólo se limitaba a beber de sus energías, responderles preguntas, a realizar juegos de intelecto o peticiones de ellos y por supuesto, también podía pedir. Había una División completa en su organización, donde los jóvenes podían estudiar y practicar esas artes. Pero en cambio, estos chicos americanos no eran nada de él, no tenía por qué contenerse y además había una ventaja, pues la mitad de ellos no estaban “protegidos”.

Había varias maneras de utilizar ese tipo de tablero, pero él escogió su favorita, que era introducirse en la mente de los más susceptibles –los que ni tenían mente fuerte, ni estaban protegidos por una entidad– y hacerles mover el oráculo con sus propias manos. En este caso era sencillo, porque la energía que utilizaría para enfocarse era la de los chicos. Se acostó cómodamente sobre el techo de la casa y abrió el juego con un simple y tosco:

“Hello Children”.

Ellos preguntaron su nombre y él optó por presentarse como “Tenma” y no como “Bakeinu Ouji”.

Ellos le preguntaron a qué edad había muerto. Tenma obviamente estaba vivo, pero si les decía “estoy vivo”, corría el riesgo de que se asustaran demasiado rápido y dejaran de jugar. Así que les dio una fecha cualquiera. También le preguntaron el motivo de la supuesta muerte. Él recordó que los miembros más poderosos y de más alto rango de su extinta organización le temían y habían intentado matarlo en numerosas ocasiones, de las formas más diversas. La mayoría de las veces, tratando que todo pareciera un accidente. Entonces contestó “accidente”. Por supuesto, estos accidentes siempre habían acabado matando horriblemente a quienes pretendían provocarlos y la sangre se regaba como un río.

Tenma ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había oído la palabra “mátenlo”.

Seguidamente, los jovencitos de la casa comenzaron a “probarlo” con preguntas y pedidos.
Los jóvenes de su organización, de su secta, cuyos padres y abuelos habían pertenecido a la misma, no solían ponerlo a prueba en estos juegos, porque tenían fe en su existencia y en su fuerza, pero si alguien le pedía pruebas, él las daría. Estas pruebas consistían en preguntas difíciles, sobre cosas personales o íntimas, lo cual era sencillo responder: tan sólo debía meterse discretamente en la mente de quien hacía la pregunta, encontrar la respuesta y darla. Era suficiente para que comprendieran que no estaban gastándose una broma entre ellos.

Después de la etapa de prueba, algunos querían algo más. Él hizo el sencillo truco del teléfono y algunos de los niños quisieron retractarse de jugar, pero era un poco tarde, porque ya teniendo sus mentes, no los iba a soltar.

Tenma les hizo preguntas sencillas sobre el modo en que ellos vivían a diario y las cosas que hacían y tomó nota mental de cada respuesta. Ellos se encontraron dando respuestas de lo más complejas y detalladas, siendo incapaces de callarse, pues algo controlaba sus bocas. Lo que se comunicaba con ellos era francamente divertido, pero se había adueñado de la situación, tornándola en “yo soy el que hace las preguntas”. Cuando ya sabía lo suficiente de cosas “técnicas”, comenzó a hacer las preguntas que a él le interesaban, quería que ellos le dijeran cuáles eran sus miedos, que le nombraran a personas que odiaran para así matarlas, que revelaran sus lados violentos, que confesaran sus pesadillas, sus deseos. Si alguno osaba mentir, él escribía a través de la tabla la respuesta verdadera  y castigaba al mentiroso haciéndole sentir breves pero intensos ataques de pánico. Sus preguntas se iban volviendo más oscuras, sus respuestas predecían muertes espantosas para personas cercanas y él se iba alimentando del sufrimiento que les generaba.

El juego estaba tenso, hasta que uno de ellos tuvo el valor para pedir acto de presencia. No quería un acto cualquiera, quería verlo. Él escribió simplemente “salgan afuera”. En ese instante, se pusieron a discutir entre sí, sobre si era bueno o no salir. Cuatro de ellos decidieron hacerlo. Cuando fueron a la acera, no había nada ni nadie, sólo un bonito perro acostado apaciblemente cerca de la puerta. La puerta que se cerró y se atrancó sola, dejándolos allí a la intemperie. El animal bostezó y se desperezó antes de clavar su azul mirada en uno de los jóvenes y lanzarse a su cuello.

Quienes quedaron dentro, escucharon los gritos, pero por mucho que intentaron abrir, no pudieron. Los gritos desesperados y los sonidos de una bestia fueron cada vez más fuertes hasta que todo cesó en el silencio nocturno. Los que estaban dentro dudaron en abrir. Cuando pasó suficiente tiempo, se asomaron y, horrorizados, vieron la sangre que se regaba alrededor de varios trozos de carne y piel, y dos cabezas arrancadas, con sus ojos muy abiertos, les miraban fijo desde la acera. Todo lo demás había desaparecido.


Tenma se relamía el hocico ensangrentado mientras corría veloz por la carretera hacia el Este, rumbo a la “Commonwealth of Massachusetts”. Ahora que sabía lo divertidos que podían ser algunos jóvenes, lo delicioso que podían saber, estaba más ansioso de llegar donde Aru, a la universidad.
Eclipse de Luna.
Capítulo primero. Contaminación emocional.
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AXYIC's avatar
: D ¡Interesantísimo primer capítulo! Me diste toda una dimensión de quién es Tenma, y resultó que es un ser de personalidad y situación diferente en ciertos aspectos al que me imaginé con el preview y demás lecturas anteriores a esta. Yo creía me lo imaginaba casi como un general de los infiernos con el cual era mejor no meterse, porque su poder era inmenso; pero no, resulta que hay criaturas como él con las que se cuida de no meterse : o

También me gustó mucho que describieras el mundo de las emociones humanas a través de diferentes personajes como las docentes, los niños y los jóvenes. No se diga lo del juego al final; esa fue la parte más divertida y escalofriante de todo el capítulo, al menos para mí. La parte donde Tenma devora a los niños después de quemarlos también fue impactante (no quedaría nada mal en una película, animé o manga), pero la de los jóvenes se me hizo más intensa y aterradora porque una parte del grupo se quedó dentro de la casa, encerrada, escuchando e imaginando lo que estaría sucediendo afuera, sin saber que un bakemono devoraba a sus amigos. Yo, como lector, lo sé, y es delicioso tener las dos perspectivas y hasta anticipar lo que podría suceder después si a alguno de los chicos se les ocurre tomar una decisión apresurada o simplemente asomarse a ver qué pasó.

El final, de nuevo, muy cinematográfico, aunque ahora lo sentí más de película hollywoodense que de animé. El final del prólogo lo sentí más de animé (o miniserie americana), pero esto no es malo. Me gusta que los finales te dejen queriendo saber qué viene después.

*o* ~♥ ¡Se está poniendo bueno! (qué digo bueno, ¡se está poniendo aún mejor que lo anterior a cada paso!)