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8. La primera amenaza.

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Asurama's avatar
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8. La primera amenaza

El grupo de investigación y los hackers estaban sentados en torno al ordenador, esperando a que se descifraran las últimas claves del código de acceso a aquella cuenta bancaria. Aquel programa que estaban utilizando sin lugar a dudas debía tener éxito, o anunciar la muerte de todos ellos por traicionar a Bakeinu Ouji.
–Tienes que hacer bien esto, Hitomi-san, de ello depende tu ascenso y nuestra reputación –le dijo uno de sus superiores–. Es hora de poner a prueba el software nuevo que hemos desarrollado.
Aru estaba muriendo de nervios, si esto salía bien, tendría muchas facilidades para el ingreso a la universidad y su posterior ascenso. De suceder lo contrario correría mucha sangre.
La barra de tiempo que aparecía al frente en el monitor contaba sólo diez segundos restantes, nueve… pensó en todo el dinero y tiempo que se había invertido en esto… ocho… les habían hecho promesas a todos ellos, promesas enormes y alentadoras… siete… las reprimendas y halagos de parte de sus superiores cruzaron por su mente, la habían exigido al máximo…
…dos. La pantalla del monitor se puso negra y de ella surgió la espeluznante figura de un perro negro con llameantes ojos azules.
–Aru, me fallaste.
Ella se incorporó dando un grito, sobresaltada frente al teclado. Otra pesadilla. Le dolía la cabeza y respiraba agitadamente por el susto, poco le importaba la queja de su vecino. Eran las cuatro de la madrugada y hacía frío. Su ordenador seguía encendido sobre su mesa de estudio, sus tareas a medio hacer y los libros estaban abiertos a su lado. Una taza de café humeaba del lado opuesto del escritorio. Otra vez se había dormido sobre su trabajo. Pese a todo, había adelantado bastante, no había perdido mucho de sus clases.
El hombro aún le dolía. Su rostro en el reflejo del monitor aún se veía muy pálido. Su espalda estaba cubierta por su tibio edredón rojo, ella no se lo había puesto y no quería figurarse cómo había llegado ahí. Tampoco recordaba en qué momento se había servido el café, pero no hacía mucho tiempo, porque estaba tibio. De seguro caminaba dormida.
Se puso ropa más abrigada, dobló el edredón y bebió el café. Vio que su móvil estaba apagado. Al encenderlo, encontró llamadas de sus compañeros de estudios, de las jóvenes de la hermandad que requerían de su ayuda y un mensaje de voz de Tenma.
Leyó y escuchó todos los mensajes, dudó un poco antes de escuchar el de Tenma. Al oír su voz, saltó sobre su cuaderno con lápiz en mano, pues el largo mensaje era una explicación sobre genética de poblaciones, que justamente necesitaba para cubrir un bache en uno de los temas de su trabajo. Nunca creyó que le agradecería algo… pero él nunca lanzaba la carnada sin recuperar el anzuelo.
–Uy, ahora qué me irás a pedir.

Agradecida de haber terminado todo a tiempo, recogió las cosas que necesitaría aquel día y salió del edificio. Se dirigía temprano a su clase, cuando a un costado de la calle lo vio: su ropa negra y costosa, sus botas, sus lentes oscuros y ese porte imponente de quien atropella el mundo, la cabeza en alto y las manos en los bolsillos. En definitiva esa apariencia de yakuza que habría hecho huir a un japonés de la media. De hecho eso fue lo que Aru intentó hacer, pero él se lo impidió saliéndole al paso.
–¿A dónde vas con tanta prisa?
–A mis clases –intentó pasar a su lado.
–Es muy temprano, tendrás tiempo para escucharme –era más una despectiva orden que un pedido–. Ayer salí a dar una vuelta y encontré algo que me hizo pensar en ti.
Él sacó una de sus manos del bolsillo y en ella sostenía una pequeña y delicada caja negra aterciopelada, de esas que se usan para las joyas.
Ella permanecía esquiva y con la vista baja.
–Discúlpame, pero siempre me enseñaron a no aceptar cosas de extraños.
–¿Yo soy extraño?
–En efecto.
–¡Tómalo!
Ella intentó irse, pero él volvió a ponérsele delante.
–Te dije que lo tomaras. Es un regalo muy humilde.
–No debiste haberte molestado.
Ella recibió la caja con la esperanza de que le dejara en paz. Ante su insistente mirada, la abrió.
Se quedó boquiabierta al encontrar un par de aretes caros y bonitos, de platino y con zafiros incrustados. Era mucho para ella. Y además eran de pasante. Se tocó el lóbulo de la oreja.
–Pero Tenma-sama, yo no tengo las orejas horadadas.
–Exacto.
Silencio incómodo.
–Oh, no, eso no.
–Claro que sí. Porque ansío verte con ellos. Si vinieras conmigo a la salida de tus clases, entonces podrías…
–He dicho que no. Gracias por el obsequio –iba a marcharse.
–Me lo debes. Podrías arrepentirte si no lo hicieras. Tú sabes, tienes varios compañeros de estudio que gustarían de cenar conmigo.
–A ellos no los metas –estaba enojada, se suponía que él no le molestaría.
–No soy tan malo como tú quieres creer –se le acercó–. Si te comportaras mejor conmigo no sólo no les molestaría, sino que les ayudaría mucho. Pero si no lo haces…
–Sé a dónde quieres llegar –abrazó su bolsa–. Aunque por algún motivo presiento que no simplemente quieres que me agujeree las orejas.
–Sabía que eras lista.
Ella asqueada tomó aire:
–Me desagradas. Es un no rotundo.
Kevin bajaba una calle más arriba, siempre pasaba por allí para buscar a Aru e ir a clases juntos, fue natural que la viera con Tenma y por supuesto, Tenma también lo vio.
–Tú sabes que me gusta la diplomacia, respondo a los “no” con apelativos a terceros. Por ejemplo, él, tu compañero ¿cómo se llama? –aunque le pasó el brazo sobre los hombros, ella pretendió ignorarlo–. Te pregunté cómo se llama  –le apretó el hombro en el lugar donde la había mordido.
–Se llama Kevin –respondió adolorida.
–Bien, entonces deberíamos decirle a Kevin “hola” y “adiós”.
De pronto, el muchacho se desplomó en el suelo, sujetándose el pecho tras gritar.
Aru shockeada, intentó separarse de Tenma.
–Detente, por favor.
–¿Por qué habría de hacerlo?
El muchacho adolorido comenzó a encogerse sobre sí mismo y algunas personas alrededor comenzaron a acercarse.
–Te hablaré bien, pero por favor, detente.
Tenma se separó de ella, fue a donde estaba Kevin y lo ayudó a levantarse.
–¿Hey, muchacho, te encuentras bien? ¿Necesitas que te lleve al hospital?
–Estoy bien, gracias… –respiró agitado y miró a Aru, que también había llegado junto a él y tenía muy mala cara.
–No deberías poner esa cara –le dijo Tenma con una leve sonrisa–, ¿o acaso quieres hacer que tu compañero se sienta peor?
Ella forzó una sonrisa, se disculpó con su compañero y le pidió que se adelantara. Éste agradeció la ayuda tanto a Aru como a Tenma y se marchó algo contrariado. Ese tipo pálido lo había asustado al acercarse.
Aru intentaba controlar sus nervios, Tenma no era una persona, pero tenía marcados rasgos psicopáticos y discutir con alguien así resultaba una pérdida total y un acto riesgoso. Se encaminó en silencio.
–¿Ves cómo las cosas se solucionan fácilmente? –comenzó a caminar lentamente junto a ella rumbo a su clase–. El caso es que si yo fuera un ser humano llamarías al SASH, a las organizaciones, a las autoridades, te librarías de mí. Pero como no soy humano, no puedes hacer ninguna de esas cosas. No servirán para detenerme, tú entiendes. Así que te veo luego de tu clase.
–Sólo permite que te diga algo, nadie disfruta de ser obligado. Amenazar no es la mejor manera de conseguir la buena voluntad de alguien.
–La experiencia me ha enseñado algo distinto.
Ella le miró con curiosidad.
–Sé que aún en la sombra has demostrado tener capacidades más que notables, has usado el poder de manera terrible. Por eso no logro comprender que habiendo tantos peces gordos por allí que podrían satisfacerte, buscas a un pez flaco como yo.
Él, divertido, se pasó la lengua por el labio.
–¿Alguna vez has practicado la pesca deportiva, Aru? El pez que más complace a los aficionados no siempre el más grande, sino el que ofrece más resistencia –giró sobre sus pasos y la dejó allí. Aru no volteó a verle marchar, cuando se dio la vuelta, él había desaparecido. Los universitarios que iban y venían a su alrededor se habían vuelto una masa gris en su mundo, con la cual los seres extraños se confundían.
Creyó que esa sería otra de las amenazas aisladas del bakemono, pero se equivocó. La pesadilla recién comenzaba.


Aru entró con paso presuroso a la cafetería y se sentó un poco incómoda junto a su compañera de estudios, dejó su bolsa sobre la mesa y esperó a que la otra joven le informara del menú elegido. Cuando Lauren le había propuesto que almorzaran juntas, no esperaba que ella se pasara la hora con toda su atención puesta en el monitor de su ordenador portátil.
Aquello le parecía de mala educación y una manera molesta de evadir la comunicación. Además Lauren ni siquiera estaba realizando algún trabajo o proyecto, ni estaba estudiando, sino que actualizaba sus perfiles de redes sociales, de todas las redes sociales de moda. Aru lo llamaría un enorme pozo de información.
–¿Qué pasa Aru? ¿Quieres mirar tu perfil? –volteó hacia la enmudecida joven–. Ah, lo olvidé, tú no tienes.
Era una bonita forma de decirle que era marginada social.
–Porque no me parecen seguras ni útiles, de hecho yo no le recomendaría a nadie su uso –y tenía razones para que así fuera.
Lauren suspiró.
–¿En qué mundo vives? Se supone que todo el mundo tiene un perfil en alguna red, si no lo tienes, es como si no existieras.
–Preferiría eso a quedar virtualmente expuesta. Lauren, tú no sabes quién puede estar viéndote o quién puede tomar tu información –intentó explicarle.
Lauren extrañada arqueó una ceja, Aru por lo general no se metía en asuntos de otros, no de esta manera.
–¿Virtualmente expuesta? Claro que no lo estoy. Para eso existen las opciones de privacidad.
La joven japonesa bufó.
–Las opciones de privacidad son un mal chiste.
Los hacker de la división Inteligencia de la organización, donde ella había estado trabajando, usaban ese tipo de sitios para recabar información, aún la información más asegurada, y manipular a la gente con ella. Aru era más precavida que temerosa, pero ahora tenía una razón concreta por la que preocuparse del resguardo de la información de sus amigos.
Sin embargo ellos no comprendían esto y la creían un poco molesta. Seria en sus maneras, como era costumbre.
Lauren se pasó la mano por el castaño cabello en gesto de confusión.
–No entiendo por qué, pero últimamente estás… algo paranoica.
–Eso no es… –tomó aire y volteó hacia la puerta de la cafetería intentando despejarse, entonces vio justo lo que no quería.
Tenma estaba apoyado cerca del marco de la puerta, mirando en dirección a la calle y tenía en sus manos su tableta blanca, que revisaba con aire ausente, aprovechando la conexión gratis. Volteó el rostro hacia dentro por unos instantes, inclinó su tableta y le guiñó un ojo. Se le dibujó una sonrisa leve y parca, esa que daba miedo. Aquellos gestos sólo significaban una cosa, él no simplemente estaba navegando por internet...
–Ay, no. Tiene que ser un mal chiste –llevó la mano a la sien, comenzaba a dolerle la cabeza, volteó hacia su compañera y maldijo por lo bajo en tres idiomas–. Lauren, el internet es contraproducente, te sorprenderías de la cantidad de personas que se han metido en problemas con eso.
Lauren se encogió de hombros.
–Mucha de la gente a la que hacer referencia son personas tontas que se sientan en frente de un monitor por todo contacto con el mundo, esperando a que algo les llueva del cielo, por ejemplo un empleo sencillo por correo electrónico mediante el ofrecimiento de sus datos. Yo por supuesto no creo en eso, pero estas páginas de verdad me son útiles –indicó a su monitor con orgullo.
–Esas herramientas tienen “doble cara” –aclaró.
Lauren se sentía algo subestimada.
–No te lo niego, pero me parece que con la edad que tenemos ya sabemos lo que queremos, lo que buscamos y también sabemos cómo cuidarnos. Siempre cuido todos mis datos y tomo precauciones debidas. Ya ponle un alto a la paranoia.
Aru no podía explicarle la razón de su “paranoia”. Y no podía ayudarla, justo hoy se había olvidado su tableta en la casa. “¿Qué hago?,  ¿Qué hago?”.
Justo en ese momento, un muchacho que traía los almuerzos de ambas se acercó a la mesa, venía distraído, con la mirada puesta en los cuerpos de las dos. Eso sería útil. Rápido, Aru le puso un traspié, haciéndole caer y desparramar toda la comida.
–¿Oye, qué te pasa? Eres un pervertido, arruinaste nuestro almuerzo por estar acosando.
Acto seguido convenció a su compañera de la incompetencia de la gente de allí y le pidió encarecidamente que fuera junto con “el idiota” a quejarse y pedir que volvieran a servirles el almuerzo. Lauren accedió a su petición y cerró sesión en su cuenta. Discutió brevemente con el muchacho y se fue junto con él para buscar a su jefe.
Tenma seguía mirando desde afuera.
Cuando la enojada joven se hubo ido, Aru buscó en su bolso y extrajo un dispositivo USB, que conectó en el ordenador para descargar un software creado para bloquear accesos remotos mediante generación de claves complejas. Con un segundo programa extrajo la clave de Lauren. Luego instaló un virus y lo programó para que accediera y eliminara el perfil e información asociada de modo automático en un lapso de quince minutos, que eran los que esperaba que ella tardara en regresar y comer. Fue un procedimiento de pocos segundos.
Guardó su pequeña arma de guerra portátil y miró hacia otro lado como si nada pasara.
Sin embargo Tenma era superdotado y tenía memoria eidética. Estaba efectivamente comprobado que era capaz de descifrar un código de acceso complejo en menos de dos minutos. Si lo que quería era pelear con él, ya estaba perdiendo. Suspiró pesadamente. Tenía que controlar sus nervios.
Lauren regresó y de nuevo sumergió su atención en sus perfiles, comió tranquilamente y habló poco. Se puso muy nerviosa cuando algunos minutos después su perfil repentinamente desapareció, como si nunca hubiera existido, Aru hizo lo posible por permanecer con cara de poker. Lauren la llenó de preguntas.
Un rato después un mensaje llegó a su móvil y decía así:

“Es una pena que el interesante perfil de tu amiga haya desaparecido inexplicablemente, aunque ya conseguí todo lo que necesitaba. Gracias por tu esfuerzo”.

Aru quería golpearse la cabeza, pero intentó controlarse. Aún eliminando todo lo que sus compañeros tenían en la red, el bakemono les conseguiría. No había sitio real o virtual al que ella pudiera huir. Por un momento había olvidado que quien le había dado aquel dispositivo USB de ataque fue la organización.
Cuando ambas salieron, él aún estaba parado junto a la puerta y murmuró por lo bajo en su idioma.
–¿Te rindes o te lo pongo más difícil?
Ella fingió no oír, pero lo había escuchado perfectamente. Además pensaba que lo que Tenma estaba haciendo era pura actuación. Tenma nunca usaba faroles: cuando amenazaba, ya tenía los vehículos para hacerlo, eso significaba que debía tener información de todos ellos desde hacía un buen tiempo. Era lo más obvio.
Con una mano se arregló un mechón de cabello, era una seña usada en la organización, la seña de consentimiento. El bakemono parpadeó, le agradaba que Aru no hubiera olvidado todo ese tipo de cosas, significaba que el miedo estaba grabado profundamente en su memoria celular, aunque ella jamás aparentara tener miedo.
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Putica's avatar

Voy a irlos bajando todos.

 

happy hug